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Miguel Ayerdis
Docente/Investigador
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En noviembre de 2018 en Andalucía, llega al parlamento regional el grupo neofascista VOX, noticia que dio la vuelta al mundo por el significado simbólico que representaba, después de 40 años de la vuelta a la democracia en España, la llegada de este grupo a una instancia política legislativa. De manera particular, por los peligros que se ciernen sobre la humanidad el avance de fuerzas extremistas de corte fascista en Europa. Ahora bien, no es novedad saber que el fascismo tiene seguidores en el “Viejo continente”. En muchas partes del mundo han aparecido nostálgicos promotores bajo diferentes nombres y expresiones. Es cierto también, aunque no lo manifiesten de manera explícita, los discursos y acciones de algunos líderes políticos de nuestra América Latina manifiestan posiciones de índole extremista, tal es el caso de Bolsonaro en Brasil, y el mismo Trump en EE.UU con su racismo y la vuelta a doctrinas de dominación que creíamos desaparecidas.

Mucha literatura se ha escrito acerca de la memoria y el olvido (Todorov) relacionado con grandes tragedias que han sacudido a los habitantes de la tierra en los últimos tiempos, siendo las más traumáticas, las dos guerras mundiales del pasado siglo XX, que al decir del historiador Eric Hobsbawm (2005), fue el más corto, pero más sangriento en la historia de la humanidad. El no olvidar es un ejercicio terapéutico sano, en la medida en que los recuerdos sobre la violencia y los traumas que conllevan, se canalicen por medio de políticas públicas que contribuyan a hacer justicia con las víctimas y se establezcan castigo a los victimarios (Catela Da Silva…). De igual manera, la formulación de normativas que promuevan una cultura de paz, tolerancia a las diferencias, convivencia y diálogo.

Lo anterior, representa anhelos que recogen preocupaciones legítimas acerca de los peligros que la humanidad enfrenta en la actualidad. Más aun sabiendo que los ya conocidos países de historia colonizadora, defensores del modelo capitalista depredador y de las grandes corporaciones, siguen apostando a la dominación, atizando guerras y desestabilizaciones en muchas regiones del mundo. Pero lo más importante, asistimos a la peor crisis del modelo capitalista nacido con las revoluciones industriales de finales del siglo XVIII y el siglo XIX. Los historiadores sabemos el origen de las dos guerras mundiales, la crisis del modelo capitalista y sus implicaciones en el estallido de esas conflagraciones mundiales. Épocas y hechos no muy lejanos que debemos estudiar, teniendo a la historia y el ejercicio de la memoria como auxiliares ante la cultura de la manipulación y/o tergiversación de la información que enfrentamos en la actualidad.

Ritual de memoria para la vida

La efeméride de la liberación de la ciudad de Leningrado (hoy San Petersburgo), después de un criminal cerco y asedio militar ejecutado por el ejército nazi entre septiembre de 1941 y el 27 de enero de 1944 (29 meses), es recordada y celebrada año con año, en muchas partes del mundo, apelando al no olvido, de profundo significado en pro de la vida y a favor de la dignidad humana. En este sentido, la conmemoración en Rusia y en muchos lugares del planeta, de este y otros episodios de la II Guerra Mundial, sirven de estímulo para la creación de conciencia entre las nuevas generaciones, de lo injusto que representaba y hoy día representa, esta y otras guerras promovidas por poderes extremistas que continúan amenazando la convivencia pacífica de los colectivos sociales en el mundo.

Mucho se ha escrito sobre el sitio de Leningrado y las formas en que sus habitantes, dirigentes y militares se unieron en un todo para sobrevivir durante casi 900 días de despiadado bloqueo y agresiones permanentes. Uno de los libros más apasionantes que documentan este trágico episodio de la II Guerra Mundial, es el texto escrito por el coronel en retiro norteamericano, Miembro de la Academia de Ciencia de Rusia, David M. Glantz (2018), La batalla de Leningrado. De igual manera, puede decirse de libros editados por la soviética Editorial Progreso donde se narran episodios dramáticos vividos durante la Guerra por los habitantes de las naciones que conformaban la antigua URSS. Con una traducción aceptable, y un tono sereno que con facilidad atrapa al lector, se puede leer y releer los bien documentados textos, La Gran Guerra Patria de la Unión Soviética (1941-1945) de un colectivo de autores dirigidos por P. Zhilin (1985), y El Estado Mayor General Soviético durante la Guerra, escrito por el General de Ejército, Serguéi Shtemenko (1981).

Los textos anteriores, así como el de Carlos Taibó (2010) Historia de la Unión Soviética (1917-1991) contienen datos que dan cuenta de las enormes cantidades de personas y materiales bélicos involucrados en este conflicto armado de consecuencias mundiales, hoy día inconcebibles para muchos, demostrando con las escalofriantes cifras la irracionalidad imperante entre los promotores de esta guerra, rememorada a partir de la efeméride de la ciudad heroica de Leningrado. Desde meses atrás al fatídico 22 de junio de 1941, la famosa “Operación Barbarroja”, nombre con la que Hitler nombró la invasión a la URSS, se movilizaron alrededor de 207 divisiones conformadas por casi tres millones de soldados, diseminados en un frente de mil kilómetros, desde el Mar Báltico en el norte, hasta el Mar Negro en el sur (La Gran Guerra Patria).

Al comienzo del cerco nazi, la ciudad de Leningrado (bautizada con ese nombre en 1924 en homenaje al líder de la revolución Nicolás Lenin) albergaba a una población estimada de 2 millones y medio de habitantes. De esta población, murieron más de la mitad a consecuencia del bloqueo y las agresiones. Situada al noreste de Rusia, en el golfo de Finlandia, tiene el respetable honor de haber sido sede de la capital de la Rusia Zarista, y cuna de la Revolución de Octubre de 1917. Para Hitler la importancia estratégica de esta región consistía en el control de los polos industriales asentados en los alrededores de la ciudad. Al igual que su privilegiada posición de comunicación con el Mar Báltico, entre otras razones.

Entre las razones acerca de la invasión nazi a la URRS algunos historiadores (Taibó y otros) destacan aspectos como: la destrucción de la URSS, al considerar que las ideas comunistas representaban una amenaza para la Alemania de esa época; apropiarse del petróleo y riquezas minerales para provecho de su industria; la toma de territorios para la creación de asentamientos; el exterminio de la comunidad judía asentada en las repúblicas soviéticas, numerosa en esa época. Invasión calculada por los estrategas militares nazis para terminar en pocos meses, equivocada a todas luces, porque no lograron llegar hasta Moscú, que era uno de los objetivos principales. De igual manera, el error de los dirigentes soviéticos de confiar en el pacto de no agresión firmado en agosto de 1939 (Ribbentrop-Mólotov), teniendo información suficiente desde meses atrás de los movimientos de tropas en sus fronteras, significando para los pueblos ubicados en esas zonas, un mayor sufrimiento, al ser los primeros en sentir los embates de la agresión (La Gran Guerra Patria, p. 64).

El fin del asedio de Leningrado ocurrida en enero de 1944, se da en un contexto en que los alemanes van en retirada de todos los frentes de guerra y la derrota se vislumbra como inminente. El heroico y recordado Ejército Rojo va en ofensiva indetenible liberando ciudades del centro y sur este de Europa. La consigna que acompañaba a las aguerridas tropas soviéticas en los frentes de guerra era: “Nuestra causa es justa. El enemigo será derrotado. ¡Venceremos!”, incorporada al imaginario del pueblo, junto a la identificación de estar ante una guerra por la defensa de la Patria, de los valores, de la dignidad y sus culturas (Guerra Patria). Se apelaba a sentimientos de identidad y pertenencia, motor que inspiraba las luchas y el sacrificio descomunal de los millones y millones de combatientes de ese gran ejercito del pueblo. Esto último explica en gran medida, la increíble resistencia de los habitantes, y la entrega de sus soldados en el mayor y más brutal asedio a una colectividad humana en la historia, como lo fue Leningrado.

Efemérides como la del 27 de enero, fecha del fin del asedio alemán a Leningrado y otras tragedias bélicas, situadas en la memoria colectiva de la humanidad, advierten de los males que nos siguen acechando: las guerras por la dominación y hegemonía de grupos poderosos, dueños de conglomerados de medios de información transnacional y financieros, protegidos por aparatos estatales de países centrales. Al igual que hace un siglo, cuando dirigentes extremistas tomaban el poder político en países europeos o asiáticos, a la vista y paciencia de todo el mundo, en la actualidad vemos aparecer signos que recuerdan los males de aquella época, con manifestaciones extremistas, xenófobas; de un sistema capitalista en profunda crisis que no tiene alternativas de solución para contener el malestar de centenares de millones de personas que no tiene acceso a un trabajo estable y con remuneración digna; un sistema en esencia excluyente y explotador que destruye sociedades y culturas, apoderándose de las riquezas naturales existentes, provocando éxodos masivos de poblaciones desamparadas, sin futuro, y estimulando el terrorismo en todas sus expresiones.

Leningrado, “Ciudad heroica”, designada con este título a finales de los años 60 del siglo XX por las autoridades soviéticas, es un ejemplo de solidaridad y de resistencia ante la perfidia de la guerra. Las historias desgarradoras que se cuentan de la hambruna padecida por su población, los bárbaros racionamientos a que se vieron sometidos para sobrevivir, al no contar con abastecimiento suficiente de alimentos; la épica organización de los vecinos para trabajar en la producción de medios para enfrentar la agresión, sometidos a un bestial clima de bajas temperaturas, muestran que el ser humano, parafraseando a Jean Jacques Rousseau, es alguien que nace puro sin malicia y son las circunstancias sociales las que lo corrompen o ennoblecen.

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