
Prevención de deslizamientos: construyendo un futuro resiliente ante desastres naturales

Los deslizamientos suceden cuando grandes cantidades de rocas, tierra, barro, rellenos o la combinación de materiales bajan por una pendiente. El fenómeno de la gravedad tiene un efecto importante en las laderas, pero en su ocurrencia también influyen otras variables como el tipo de suelo y rocas, la topografía del lugar, actividad sísmica y principalmente la influencia de la lluvia.
Estos fenómenos naturales son causados por alteraciones en el equilibrio natural de una ladera o superficie inclinada llamada talud; los taludes son artificiales, cuando están construidos por el hombre en sus obras de ingeniería (terraplén o desmonte), mientras que las laderas son naturales. Existen dos tipos de deslizamientos: los lentos que arrastran la capa vegetal y es un pequeño desprendimiento de tierra y los rápidos, que en pocos segundos reaccionan a las lluvias o movimientos sísmicos y que pueden ocasionar pérdidas materiales y humanas.
En nicaragua las zonas más afectadas por problemas de inestabilidad de laderas son la cadena volcánica y las regiones montañosas del norte y centro del país. Los movimientos de laderas más comunes son deslizamientos, desprendimientos, avalanchas rocosas, flujos de lodo y lahares. Esta condicionante suele causar daños en áreas de cultivo, carreteras, quebradas de montañas o edificios volcánicos.
Uno de los desastres más conocidos en la historia de nuestro país fue el del Volcán Casitas, ocurrido el 30 de octubre de 1998; un lahar causado por las intensas lluvias provocadas por el huracán Mitch destruyó dos poblados ubicados a 3 kilómetros de la cima del volcán, donde murieron más de mil quinientas personas. También han tenido impacto considerable otros deslizamientos a menor escala ocurridos en Esquipulas, Muy Muy (1993), Isla de Ometepe (1997), Murra (2008), San Martín de Peñas Blancas (2020), El Jilguero (2022) y El Crucero-San Rafael del Sur (2023).
La cadena volcánica presenta deslizamientos continuos debido a la compleja geología, las fracturas en las rocas ubicadas en las fallas geológicas, la alteración hidrotermal y las laderas volcánica empinadas. El Instituto Nicaragüense de Estudios Territoriales (INETER) ha identificado regiones y municipios con mayor riesgo; en la región Centro-Norte sobresalen Dipilto, Ocotal, Jinotega, Yalí, La Trinidad, San Juan de Limay, Santo Domingo; en la región del Pacífico: Chinandega, Somotillo, Posoltega, El Sauce, León, Granada, Santa Teresa, Moyogalpa y Altagracia.
Son consideradas áreas susceptibles las zonas empinadas donde los incendios forestales, cambios de terreno o explotación agrícola han disminuido la vegetación, al igual que las zonas donde ya han ocurrido deslizamientos de tierra, laderas alteradas por la construcción de edificios y caminos, canales a lo largo de riachuelos o ríos, áreas hacia las que se dirigen las aguas de escorrentía. En el Pacífico de Nicaragua el relieve muy joven está expuesto a los procesos exógenos, pues la erosión sobre las acumulaciones volcánicas sueltas es muy intensa; las planicies de los suelos fósiles y el material superficial se erosiona durante las lluvias y tiene mucha predisposición a la erosión. Los alrededores de Managua en las zonas con pendientes cercanas a los cráteres Tiscapa, Nejapa, Asososca, Ticomo y la Falla de Mateare.
¿Por qué se producen?
Son varias razones las que pueden provocar un deslizamiento: la orientación de las fracturas o grietas de la tierra, erupciones volcánicas, presión del agua subterránea, erosión, desestabilización de laderas por deforestación, el cultivo y la construcción, falta de canalización del agua, ya que esta erosiona el terreno, aumenta el peso y disminuye la resistencia del terreno.
¿Cómo se estudia un talud?
Para mitigar los efectos de un deslizamiento es indispensable conocer las causas que lo originan; el riesgo de deslizamiento en una zona determinada es evaluado por los geólogos, quienes sugieren medidas a tomar para evitar o reducir la posibilidad de que ocurra el fenómeno. Este es un servicio que presta el Instituto de Geología y Geofísica (IGG-CIGEO) de la UNAN-Managua; desde este centro se recomienda realizar estudios con técnicas directas de investigación, muestreo y ensayos in situ para determinar las condiciones geológicas del sitio ya sea en el talud o en las construcciones cercanas.
Es esencial identificar las causas de inestabilidad, los factores condicionantes tales como el relieve, la estratigrafía, disposición del talud, discontinuidades, hidrogeología y los factores desencadenantes, entre ellos: los volcanes, terremotos, el agua y el hombre. Para ello, se implementan métodos y técnicas sísmicos, eléctricos, gravimétricos y geológicos; entre ellos: prospección geofísica, cartografía geológica, información hidrológica, calicatas, sondeos, pozos, muestreos en bloque y otros ensayos que ayudan a identificar la profundidad de la base, el nivel freático, localización de restos de construcciones, el espesor y densidad de los materiales.
El coeficiente de seguridad al deslizamiento se calcula comparando los esfuerzos que tienden a producir el deslizamiento con los que lo evitan. Además del peso, fuerza de masa también se deben analizar los agentes externos responsables de la inestabilidad como los efectos de filtración y las sobrecargas. En este sentido, el IGG-CIGEO tiene experiencia con estudios de este tipo en la Cuesta El Plomo, Carretera Vieja a León, Cerro El Comal, Mina El Limón, Mokorón, entre otros territorios del Pacífico de nuestro país.
¿Cómo evitar este desastre natural?
La mayoría de los movimientos puede ser reconocidos con una investigación adecuada; el costo de prevenir una inestabilidad es menor que el de corregirla; además, el hecho de que ocurra un primer deslizamiento es un agente desencadenante para otros. Por ello es importante averiguar si han ocurrido estos fenómenos en su área; es clave la gestión adecuada de este riesgo geológico, mediante el reconocimiento de zonas inestables, el uso adecuado del terreno y la implementación de métodos para estabilizarlo. Se debe tener en cuenta que existen otros riesgos en la salud asociados a los deslizamientos y aludes; las corrientes rápidas de agua, cables eléctricos, cañerías de agua, alcantarillas averiadas, carreteras y vías férreas cortadas.
Se sugiere también la elaboración de mapas de zonas de riesgo, planificación urbana, monitoreo de los sitios cercanos a taludes, organización de sistemas de alerta temprana, reducir actividades de despale, construcciones en laderas inclinadas e infiltración de agua en áreas vulnerables.
Durante las tormentas y lluvias fuertes, es importante mantenerse alerta a las noticias y seguir las indicaciones de las autoridades como INETER y SINAPRED, monitorear cambios repentinos, aumentos o disminuciones en los niveles de agua de los arroyos cercanos, estar atentos a estruendos que pueden ser un indicio de deslizamiento, observar si los árboles, postes o paredes sufren alguna inclinación, o si aparecen huecos o partes descubiertas en laderas. Después de un deslizamiento de tierra o alud de barro se debe mantener alejado del sitio y reportar cualquier daño a las autoridades.