UNAN-Managua

REPORTAJES

Remembranzas de la Cruzada Nacional de Alfabetización (CNA): Relatos de una juventud portadora de esperanzas

Remembranzas de la Cruzada Nacional de Alfabetización (CNA): Relatos de una juventud portadora de esperanzas

A cuarenta y cuatro años de haberse marcado un hito en la cultura educativa nicaragüense, con la Cruzada Nacional de Alfabetización (CNA), llamada «Héroes y mártires por la liberación de Nicaragua», la UNAN-Managua rinde homenaje a las mujeres y hombres brigadistas que combatieron el analfabetismo imperante con compromiso, amor y entusiasmo. A continuación, te compartimos semblanzas de protagonistas de esta gesta memorable.

«Llevamos la Revolución en nuestra sangre»

Mi nombre es María Inés Blandino, nací en León, pero he habitado en Managua. Alfabeticé en el Terrero, comarca de Esquipulas, Matagalpa. Tenía catorce años cuando me sumé junto con otros jóvenes a la Cruzada. Pertenecí a la escuadra Melba López, del primer año de la Escuela Normal de Managua. Alfabeticé a seis personas. Aún recuerdo sus rostros y sus nombres, estaban muy entusiasmados.

La jornada empezaba a las cuatro de la mañana; las campesinas se levantaban temprano para avanzar con los quehaceres, recuerdo que preparaban el desayuno con huevos revueltos, ya fueran de gallina o de pato. Ayudábamos a moler el maíz para las tortillas, que la tarde anterior se había nesquizado y ya estaba lavadito para moler. A un lado del fogón había café humeando y en otra esquina, una cazuela con frijoles.

Una vez que se iban los hombres al campo, hacíamos un sin número de tareas como barrer, lavar los trastes, ir al río a lavar la ropa, bañarnos, traer agua en tinaja, ir a la huerta a cortar las frutas y verduras para el almuerzo. Todo esto, antes de las nueve de la mañana, porque a esa hora nos reuníamos con la técnica para planificar la clase del día. Llevábamos nuestras cartillas, cuadernos, lápices, todo el material que se nos había dado y por supuesto, nuestro infaltable diario de campo.

A las diez de la mañana, iniciábamos las clases con niños y al mediodía, nos íbamos a almorzar, descansábamos y realizamos actividades, visitando casa a casa, brindando atención individualizada cuando había campesinos disponibles, generalmente mujeres.

A las cinco de la tarde, empezaban a llegar las personas adultas a las clases, que se extendían hasta las siete de la noche. Para alumbrarnos encendíamos la lámpara Coleman que nos habían dado como parte del equipamiento. Era una maravilla ver la rapidez con que iban avanzando, leyendo poco a poco, lo que más se les dificultaba era la escritura porque, en su mayoría, las labores de campo afectaban sus manos, aun así, lograron escribir, muchos de ellos nos decían, enséñeme a firmar.

Las familias campesinas nos abrieron las puertas de sus hogares y nos pusieron a su disposición todo lo que tenían, nos abrieron sus brazos y corazón. Fue muy triste dejarlos, los brigadistas no queríamos regresar. Nos despedimos de ellos, entre llantos y promesas.

La generación de los 80 fuimos forjados en la lucha desde niños y dedicamos toda nuestra juventud y adultez a construir la patria. Llevamos la Revolución en nuestra sangre, fuimos parte de esa historia, la vivimos en cada tarea. Todas las vivencias de la Cruzada son algo que nos marcó la vida.

«Me considero un soldado de la educación y de la Revolución»

Mi nombre es Freddy Javier Rodríguez Pérez, soy originario del barrio la Fuente en Managua, tenía 16 años cuando participé en la Cruzada Nacional de Alfabetización (CNA). Mi misión fue alfabetizar a un matrimonio en una comunidad llamada Makantakita, Costa Caribe Norte, ubicada a 429 km de Managua.

El país vivía tiempos difíciles, sin embargo, la juventud estaba animada por participar en el Ejército Popular de la Alfabetización (EPA). Cursaba el tercer año de secundaria en el Colegio Alesio Blandón Juárez cuando se nos encomendó la misión de ir a las regiones y tener un acercamiento con el campesinado. Tuvimos tres meses de preparación y nos organizaron en brigadas (escuadras). Mi escuadra se llamaba Ernesto «Che» Guevara, recuerdo que los campos del Colegio se convirtieron en un centro de entrenamiento físico y metodológico intensivo que nos permitió desarrollar el proyecto.

Viajé durante tres días para llegar a Makantakita. Recuerdo que en mi mochila llevaba ropa, medicina, una hamaca, la cartilla, mis documentos personales, bolsas plásticas, mi lámpara de gas, algunos libros de filosofía, historia y poesía, y mi diario de vivencias. El campesino valoraba el sacrificio de los alfabetizadores que dejamos atrás a la familia y la vida de la ciudad para enseñarles a leer. Estando en la comunidad supe que las compañías extranjeras madereras sacaban provecho de la falta de escolaridad de los pobladores.

Los brigadistas aprendimos a lavar ropa en el río y a cultivar los campos, siempre acompañábamos a los campesinos a labrar la parcela. Dábamos clase de las tres a las cinco de la tarde y en las noches compartíamos nuestras vivencias con ellos y viceversa, eso fue enriquecedor.

Un acontecimiento que me marcó en lo personal fue haber ayudado a salvar la vida de una mujer embarazada y su bebé, caminé por varias horas con otro brigadista en medio de la selva para llegar a la casa de una partera, de 75 años, que ayudó a la joven a dar a luz en plena madrugada. Nos llenó de satisfacción ayudar a alguien que lo necesitaba con urgencia a pesar de los peligros que implicaba caminar en medio de las hostilidades de la noche como el asecho de animales salvajes y el peligro que nos atacaran. La sensación de ayudar a una familia es indescriptible y gratificante, es algo que te marca para siempre.

Recibir una mirada y un abrazo de agradecimiento de la joven recién alumbrada es algo que nos hizo llorar, fue emotivo. Estas experiencias verdaderamente nos hicieron conocer la realidad del campesinado y las necesidades que pasaban. La Revolución nos permitió poner en práctica valores como la lealtad, la humildad, la solidaridad y la sensibilidad. Como brigadistas ampliamos nuestra visión y estábamos comprometidos por cumplir con la misión encomendada.

Me considero un soldado de la educación y de la Revolución. Cuando nos despedimos de las familias lloramos, porque convivir con ellos nos cambió la vida. Creo que la Cruzada Nacional de la Alfabetización marcó a toda una generación de jóvenes, nos hizo valorar lo que teníamos y a apreciar la esencia de compartir con los demás. Cada año nos inundan los recuerdos y es maravilloso poder rememorar que nuestra historia es única y los jóvenes siempre serán los que escriban páginas nuevas de victorias.

¡Que viva la Revolución!, ¡Que viva Nicaragua!

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