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“Nicaragua 1854-1856: Nación, Religión y Poder Político...La Batalla de las Ideas Durante la Guerra Nacional”

Dr. Edgar Palazio Galo
Facultad de Humanidades y Ciencias Jurídicas

“Artículo 1º. Declarase al expresado General don Guillermo Walker enemigo de Nicaragua con la nota de traidor; y en consecuencia, queda destituido del empleo con que le había honrado la República”, tal afirmación contenida en el decreto firmado por el presidente provisorio Patricio Rivas en la ciudad de Chinandega el 25 de junio de 1856, deja sentir una perspectiva política diferente a la que tan solo unos meses atrás determinaba el escenario político y militar del país.

El presidente provisorio Patrio Rivas hizo saber que Walker intentaba arrebatar el poder público por medio de la fuerza e iniciar con ello enajenación de tierras a favor de extranjeros. “Como un recurso que se emplearía en practicar renovaciones políticas y religiosas en Nicaragua.”

Coincidiendo con la posición política sostenida por Patricio Rivas en contra de W. Walker, dos semanas mas tarde, el 29 del mismo mes, José María Estrada, depuesto presidente legitimista, desde la localidad de Somotillo hizo público un llamado invitando a la unidad de todos los nicaragüenses contra los filibusteros, “Ya lo habéis visto –afirmó- la religión, la moral, la propiedad, la libertad, la seguridad, todo ha sufrido, todo ha sido atropellado y vilipendiado por el vandalismo o filibusteros”, en este escenario de confrontación armada se percibe en los líderes de las fuerzas políticas militares democrática-legitimistas la determinación primera de identificar operativamente a un enemigo en común, William Walker, siendo perceptible desde ya la dislocación operativa de ubicar a este adversario en dos direcciones o planos de lucha; primero la estrictamente militar caracterizada por el conjunto de acciones ofensivas y defensivas, cuyo desarrollo necesitaba de la unidad de los nicaragüenses y en segundo lugar la batalla de las ideas, en cuyo espacio de interacción social la inmanencia de la religión y su recurso simbólico como factor de identidad aglutinante vino a ocupar un significativo e importante lugar dentro del escenario total del teatro de operaciones militares de la guerra nacional.

Recordemos uno de los peligros que patricio Rivas ve en Walker, además de intentar hacerse con el poder público, es el plan de conceder tierras a sus compatriotas para practicar renovaciones políticas y religiosas. También, José María Estrada en el documento citado anteriormente, al llamar a la unidad de todos los nicaragüenses contra los filibusteros advertía “hasta la divina religión, el sublime legado de nuestros padres, es para ellos motivo de escarnio”

Mientras en el ámbito político, entre las fuerzas beligerantes demócratas-legitimistas, se iniciaba a partir de sus líderes comunicaciones en búsqueda de la unidad, pareciera que tal propósito político no reflejara mayores elementos de contrariedad entre ambas fuerzas a no ser por el asunto de la legitimidad. Si bien ambas partes coincidían en considerar a Walker enemigo y amenaza para Nicaragua y Centroamérica, en cuanto, quién debía ostentar la legalidad del Gobierno, era un tema que aún presentaría sus momentos de dificultad a la hora de perfilar si este quedaba en el lado legitimista con José María Estrada o en el sector democrático con don Patricio Rivas.

El punto de interés resulta ser que ambos conceptos legitimidad y democracia se contraponían en un cuadro de acontecimientos determinados por la guerra civil de 1854, iniciada por los leoneses “democráticos” contra el gobierno de Fruto Chamorro. Pero ya en la coyuntura de mediados de 1856 resulta difícil precisar con exactitud los alcances reales de la legitimidad del poder en sentido político, unos la reivindicaban de acuerdo a la constitución de 1854, otros según los acuerdos políticos que habían logrado en el transcurso de la guerra, los democráticos originalmente perfilaban la defensa de la constitución de 1838, además, a esto se asocia la auto legitimidad que cada uno concedía a sus acciones de guerra.

A su vez, William Walker desde Granada había decretado la destitución del presidente Patricio Rivas, nombrando presidente provisorio a Fermín Ferrer, y luego de un remedo de elecciones personalmente asumió la presidencia, el 12 de julio de 1856, aunque este hecho dio un mayor impulso a la acción unitaria de democráticos y legitimistas. A partir de este momento la definición de las partes enfrenadas se puede comenzar a delinear con mas precisión en lo referente a las banderas políticas esgrimidas, la elección de William Walker como presidente modeló un nuevo escenario político militar que establecía una relación tanto de legitimistas como democráticos de ruptura total frente a él y la búsqueda de unidad inmediata.

En ese contexto, la búsqueda de los ejes referentes de definición y uniformidad nacional en consonancia a un modelo administrativo, político e ideológicamente estable parece ser asumió como fundamento de legitimidad y atributo simbólico identitario del ser nicaragüense a la religión católica. La interiorización e identidad social legada por patrones ideológicos y religiosos de larga duración representan en ese momento individual y colectivamente atributos de identificación y de pertenencia de los individuos entre sí y de la sociedad nicaragüense en su conjunto.

La función inmanente e imaginaria que representó la religión parece ser fue base indiscutible de muchas declaraciones políticas de ese momento al asumirse como uno de los atributos de la nacionalidad nicaragüense y de sus símbolos de pertenencia, permanencia y legado que en el contexto de la Nicaragua de mediados del siglo XIX, será asumido por el imaginarios colectivo como el establecimiento consumado de una identidad, cuyo carácter obedece a una relación natural, es decir, a un principio natural de identidad y obviamente de pertenencia. De esta forma, la idea sobre el sentir colectivo de la nación se ve establecida primariamente sobre una base natural, constituida por códigos simbólicos ampliamente reconocidos (idioma-religión-territorio), que permiten establecer y asumir un eje referente de identificación y motivar a través de ellos un sentido de pertenencia a una comunidad política cultural que intrínsecamente se ve identificada con un pasado común.

Debemos precisar que en el escenario de esta guerra la visión perspectiva del proyecto nacional nicaragüense, no cuenta aún con los símbolos y el ritual propiamente político e ideológico que permitan al Estado nacional ejercer una convocatoria de consenso horizontal, más allá de los cortos límites territoriales caracterizados casi siempre por lealtad local y adhesiones políticas de fidelidad ante los líderes de cada uno de los grupos enfrentados. No sucede así, porque estos códigos simbólicos de identidad en esa fecha no existen. Los actores políticos y militares de 1856 no tienen entre si una simbología nacional histórica que militarmente les una en causa y propósitos comunes, las armas granadinas y leonesas tenían ninguna tradición de cooperación combativa.

En consecuencia, la misma definición de Estado nación y de la nacionalidad, en términos de lograr la lealtad de los habitantes totales en lo que respecta el Estado, todavía no se define. Es decir, aún no se inventan esas tradiciones. La nación y el Estado se ven ligados de forma exclusiva al ejercicio real del poder político y este se traducía en prácticas de auto reafirmación adscritas a pertenencia locales excluyentes, ya fuera que el centro del poder político estuviese en León o en Granada, la evidencia señala la ausencia de un proyecto nacional, entendido en términos de formación de símbolos de identidad político-ideológicos con dimensiones supralocales, que efectivamente permitieran extenderse mas allá de una relaciones naturales.

Quizás eso explique el afán estratégico de llevar la confrontación militar, tanto en los campos de batalla como en el terreno de las ideas religiosas, calificando a las fuerzas de Walker como extranjero y de religión extraña, sin embargo, establecer una definición temporal precisa acerca de esta táctica al momento de establecer posicionamientos políticos correspondientes en ambos grupos enfrentados militarmente y al observar el nivel de aprehensión que esto tuvo, se descubre eventualmente como un recurso de guerra más, por ejemplo si el discurso legitimista decididamente vio en Walker desde su mismo arribo a Nicaragua a un extranjero de religión extraña en cambio en el sector democrático operó el balance militar por sobre todas las cosas, y Walker traía consigo experiencia militar y poder de fuego que les era de vital importancia.

Llegados a este punto resulta necesario echar una mirada retrospectiva al escenario de acontecimientos políticos y militares de enfrentamiento civil que sirvió de antesala al conflicto denominado propiamente nacional, debemos precisar que el referente religioso de convocatoria contra Walker desde un inicio fue abiertamente perceptible en los dirigentes legitimistas, por ejemplo, el 14 de julio de 1855 al mes siguiente de haber llegado William Walker a Nicaragua, todavía en un teatro de operaciones militares de envergadura no “nacional”, el gobierno legitimista ubicado en Granada a través del Licenciado Mateo Mayorga envió una circular a todos los curas, recomendándole que predicasen en sus iglesias y localidades contra la expedición filibustera, haciendo referencia que la divina providencia ha protegido la noble causa del gobierno legítimo, aludiendo a Walker como gente impía que traía el pensamiento de destruir la religión santa que heredamos de nuestros padres, señalando que para rechazar la invasión extranjera “se hace preciso preparar a los pueblos a sacrificarse llegado el caso, luchando heroicamente, porque de ellos dependen no solo la libertad e independencia de la república y la nacionalidad centroamericana, sino la conservación de nuestras veneradas y divinas creencias, del culto sagrado del señor, y de nuestros hábitos y costumbres cristianas –agregando – que si dicha gente llegara a posesionarse de Nicaragua, esta perderá su soberanía y su libertad; y se perdería una cosa mas cara todavía: nuestra santa y divina religión”

La respuesta del clero fue varia, por ejemplo; el padre Agustín Vigil, cura de Granada, expresó su posición negativa a tal solicitud diciendo que si Dios quiere mandará un David que libere a Nicaragua del filisteo, como si no la condenará a vivir bajo la dominación extraña dado lo cual había que conformarse con la voluntad de Dios. Por su parte el 21 de julio, el padre J. Ramón García, cura y vicario de Rivas, contestó que ya había venido predicando sobre la defensa y el sostén del gobierno legítimo (…) y señalaba que la recomendación la ha hecho extensiva a curas que estaban bajo su jurisdicción. Nicolás Espinosa, cura de Niquinohomo también respondió que ya ha predicado con toda energía a sus feligreses la obligación de respetar y obedecer a las autoridades legítimas con argumentos evangélicos y el 6 de agosto, el presbítero Timoteo Lacayo, cura interino de Acoyapa, afirmó que ya su feligresía estaba bien instruida.

En el marco de este conflicto militar la circular antes referida nos proporciona elementos sustantivos referenciales sobre la idea inmanente de la nación y religión, un ente social, el ser nicaragüense, determinado por valores de identidad ligados indisolublemente a su pasado y presente, la herencia de los mayores, como patrón básico de transmisión de códigos identitario y lealtades primarias. En consecuencia, es una propuesta que destaca la espiritualidad de un imaginario religioso, pero en función de cumplir un ejercicio terrenal práctico e inmediato, cuya derivación debe ser la convocatoria a luchar con las armas en la mano contra un prójimo estigmatizado, en otras palabras, realizar agitación y propaganda combativa en función de determinado poder político.

Como sucede en las formaciones humanas, la uniformidad total fue imposible y los gestores espirituales de la religión ya en la práctica y en los avatares de la política terrenal también tuvieron sus propias controversias y filiación política diferentes, los sacerdotes se dividieron y sirvieron de capellanes en ambos ejércitos, por ejemplo, durante el sitio de Granada el padre Francisco Jerez servía en el ejército legitimista junto a otros sacerdotes, mientras el padre Rafael Villavicencio junto a otros lo hacía en el bando democrático. Vaya a saber a cuál de los bandos la gracia divina concedió mas bondades.

Asimismo, en León ante un inminente ataque legitimista, el clero exhortaba a la población a que se defendiera. El canónico Llanes ya un anciano y el padre Bravo, recorrían los barrios de la ciudad, también, el 4 de julio de 1855, se suscitó una diferencia entre el cura de Masaya y el vicario capitular José Hilario Herdocia; cuando los democráticos quisieron hacer cuartel la iglesia principal de Masaya el cura se opuso, ante esta situación, los democráticos apelaron ante su superior el Vicario capitular José Hilario Herdocia, quien desautorizando al cura les concedió su petición, no sabemos cuál fue la reacción del cura de Masaya. Igualmente, es celebre el padre Francisco Tijerino quien en la isla de Ometepe capitaneaba a mas de cien indios a los que lanzaba contra los filibusteros, quienes se habían tomado la isla como lugar de descanso y recuperación

Tales filiaciones explican el hecho que cuando Granada fue tomada por el coronel de las fuerzas democráticas W. Walker, el cura Agustín Vigil, párroco de esta ciudad diera un sermón en el cual relacionó a Walker como ángel tutelar de Nicaragua y estrella del norte, para el padre Vigil el estigma de hereje atribuido a Walker no mereció consideración alguna, la razón esencial estaba en su posición política opuesta a los legitimistas, por lo menos, así lo dejó ver en una carta que envió al vicario capitular Herdocia donde expresa que antes no gustaba permanecer en Granada porque se encontraba opreso por la barbarie, mas ahora que ha desaparecido la califa de bárbaros que gobernaba esa ciudad no me es posible separarme de mi casa. Por su parte, el vicario capitular José Hilario Herdocia interpretando la ubicación coyuntural del poder político, también dirigió una felicitación a Walker por el éxito de su acción, la cual fue contestada por “el extranjero de religión extraña” diciendo:

“Me es muy satisfactorio, oír que la autoridad de la iglesia apoyará al Gobierno existente. Sin el auxilio de los sentimientos y de los maestros religiosos, no puede haber buen gobierno, pues el temor de Dios es el fundamento de toda organización política y social. En Dios pongo mi confianza del éxito de la causa en que estoy comprometido, y de la estabilidad de los principios que invoco” en la práctica ya veríamos que esta retórica sería completamente desechada, lo que nos interesa sin embargo, es destacar como en diferentes escenarios se acude a los inmanente religiosos como recurso temporal manejable en circunstancias tal de provecho inmediato para fines de utilidad del poder político.

Pero también, se puede destacar que en este contexto de confrontación la jerarquía de la iglesia con un fin terrenal práctico de filiación política vinculado al escenario en donde se mueve el poder no se detuvo en valoraciones escatológica sobre la conversión o no de Walker, no obstante, debemos tener en cuenta el otro sector del clero quienes junto al depuesto gobierno legitimista habían hecho abierta propaganda estigmatizante contra Walker, uno de los cuales el padre Rafael Villavicencio fue enviado a la cárcel cuando William Walker se tomó Granada.

De cualquier forma, el vicario capitular José Hilario Herdocia reconoció al nuevo gobierno provisorio de Patricio Rivas, quien asumió en Granada el 30 de octubre de 1855, teniendo como ministro de relaciones al canónigo Apolonio Orozco. Se podría resumir que a partir de entonces el curso de la guerra se ubicó en un nuevo escenario político militar, cuyo referente de Estado nacional en ese momento continua incierto, teniendo en primer lugar un gobierno provisorio, cuya legalidad política se sustentaba en el acuerdo de los generales William Walker y Ponciano Corral y aunque un comunicado del nuevo gobierno consideraba que al caer Granada, principal plaza política y militar no quedaba duda que la guerra había llegado a su final, los principales dirigentes del depuesto gobierno legitimista seguían en pie de lucha reivindicando un valor legítimo para su bandera política.

Teniendo de fondo este nuevo escenario en los primeros meses del año 1856, el 26 de febrero cuando el gobierno del presidente provisorio Patricio Rivas solicitó ayuda económica a la iglesia el Vicario Capitular José Hilario Herdocia no vacilaría en ordenar al presbítero Agustín Vigil, cura de Granada “…la entrega de novecientos sesenta y tres onzas de plata fina en pasta,(…) emprestada voluntariamente para subvertir a las exigencias del gobierno…”

No obstante, al cabo de 4 meses, e introduciendo un giro al teatro de operaciones militares y políticas, el presidente provisorio Patricio Rivas desde Chinandega hizo público el decreto en contra de William Walker, cuyo primer capítulo leímos al inicio.

Ahora la correlación de fuerzas se movería en función de lograr la unidad interna que permitiera la colaboración combativa de las armas leonesas y granadinas en contra de Walker, y como la historia tiene sus imponderables, nuevamente para mal o para bien veríamos a los curas hacer ejercicio versátil de espíritu y de pragmatismo político local, ya demócratas o legitimistas, pasando por la felicitación a Walker, luego de tomarse Granada, ahora se trataba de reconciliar a los nicaragüenses. En tal misión fueron visibles el padre Apolonio Orozco por los democráticos y el padre Ramón Marenco por los legitimistas.

El primero tuvo tanta incidencia que luego aparecería firmando de primero junto a Máximo Jerez, Fernando Guzmán y Tomas Martínez, el pacto providencial del 12 de septiembre de 1856 con que se sellaba la unidad. Unidad que permitió una articulación de las fuerzas militares nicaragüense y centroamericanas que combatieron a Walker durante 8 meses de guerra hasta su derrota el 1 de mayo de 1857. Sin embargo, como dato que refleja la ausencia de un sentido amplio de nación, mas allá de ostentar coyunturalmente el poder político, en la Gaceta del 12 de junio de 1858, se podía leer que: “ El tratado del 12 de septiembre de 1856 no era más que un armisticio para mientras durase la guerra nacional porque en el no se hizo mas que salvar las dificultades del momento para abrir la campaña contra Walker; y en efecto, vencido este, los dos partidos quedaron con las armas en la mano y frente a frente ocupando los mismos puestos que antes de la toma de Granada por los filibusteros, (…) todo parece preparado para el genio de la discordia para que este pueblo continuase la sangrienta lucha que casi lo había devorado”

Sin embargo, ya al inicio de la jurisdicción republicana de Nicaragua, en el año de 1858, el presbítero Rafael Villavicencio en ocasión del 15 de septiembre pronuncio un discurso en la parroquia de Jinotepe que de alguna forma puede reflejar ese mundo de interacción y simbiosis de la idea de nación, religión y poder político de esa época: “…desde aquel día glorioso y entusiasta para el pueblo centroamericano (15 de septiembre de 1821) un torrente horroroso de infortunios ha llovido sobre nuestro desventurado suelo: la negra nube de la discordia ha empeñado su funesta sombra en hermoso horizonte de la patria. Se han roto los vínculos sagrados de la unión y de la concordia, virtudes recomendables para la felicidad de los pueblos y he aquí el espíritu de partido, la guerra, el desorden, la anarquía y la inmoralidad convirtiendo la libertad y la independencia en licencia y desenfreno, amargos frutos de nuestros caprichos, y de rastreras pasiones que nos pusieron en peligro de perder la nacionalidad y lo que es mas la religión.”